En Minnesota, las cajeras somalíes de los supermercados se negaron a tocar productos considerados por ellas “impuros” -como una cerveza o unas salchichas-, debiendo cambiar el cliente de línea de pago si es que no había sido avisado con anterioridad de los condicionantes religiosos que iba a envolver el potencialmente incierto proceso de abonar la compra. En Minnesota, los taxistas somalíes no sólo se negaban a transportar a ciegos con perros lazarillos, sino también a los pasajeros que portaran cualquier clase de alcohol (ND), incluyendo las medicinas que lo contuvieran (ND).
En Minnesota, la Universidad de Minnesota se veía obligada a celebrar algunas de las clásicas fiestas americanas de acceso a la universidad con acceso exclusivo para chicas musulmanas, que, según decían, no podían compartir espacio ni contacto con compañeras o compañeros no musulmanes. En Minnesota, en el aeropuerto de Minneapolis, se producía el afamado caso de los ‘imanes voladores’, que terminaba en demandas por discriminación religiosa y “racial” contra compañía aérea y pasajeros en medio de un circo mediático sin precedentes por parte del propio CAIR (ND). Y así.
En realidad, los problemas con los somalíes islámicos se extendían también a la otra punta del país, cuando un tribunal de Phoenix, Arizona, condenaba a una empresa de alquiler de coches a indemnizar nada menos que con 300.000 dólares a una empleada de esa nacionalidad y de esa religión que se había negado a quitarse el pañuelo islámico mientras atendía a los clientes en Ramadán. De hecho, había sido la propia administración estadounidense, a través de la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Trabajo, la que había denunciado a la compañía, la que prestó atención a la ultrajada mujer, y la que consiguió, con sus abogados en los tribunales, los 300.000 dólares de indemnización en justa contrapartida por el flagrante caso de “discriminación religiosa” (ND).
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