Por monseñor Fernando Sebastián
MADRID, sábado, 15 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos un pasaje del libro "Evangelizar" de monseñor Fernando Sebastián, arzobispo emérito de Pamplona y Tudela, publicado por Ediciones Encuentro, sobre el desafío que atraviesa el cristianismo en España.
España está a punto de romper la continuidad de su tradición espiritual cristiana y católica, para instalarse en un contexto cultural nuevo, ateo, materialista y nihilista. No es cuestión de promover la guerra entre creyentes y no creyentes, ni se trata de estimular la resistencia numantina. El Evangelio de Jesús es capaz de vivir en todas las situaciones imaginables y puede sobrevivir a todas las agresiones, y de vencer convenciendo a sus mismos agresores. El Evangelio de Jesús sigue siendo la única levadura capaz de transformar la masa inerte de nuestro viejo mundo egoísta y resignado a morir, la única luz capaz de iluminar nuestras tinieblas y alumbrarnos nuevos caminos de esperanza y de alegría.
No podemos decir ya que la sociedad española es una sociedad católica. Hay muchos bautizados que no piensan ni viven de acuerdo con su Bautismo. Otros muchos han abandonado explícitamente la fe bautismal. Otros rechazan elementos de la doctrina católica, ya sean dogmáticos o morales. En algunas ciudades, es frecuente encontrar familias que no bautizan a sus hijos... Está claro que no podremos cambiar las cosas de la noche a la mañana, pero, con la ayuda de Dios y nuestra colaboración entusiasta, sí podemos cambiar la tendencia y comenzar una nueva era que llegue a su esplendor cuando Dios quiera. La urgencia resulta más apremiante si tenemos en cuenta que lo que ahora ocurre en Occidente es muy probable que pase en pocos años a otros continentes menos afectados hoy por el secularismo. No nos engañemos, nadie se librará de pasar la crisis de la confrontación con la modernidad laicista.
No hemos logrado despertar en nuestras Iglesias un movimiento auténticamente evangelizador. Lo que sí se percibe es una reacción al proceso secularizador y descristianizador, de tipo restauracionista y formalista que, si en algunas cosas puede estar justificada, no coincide con lo que tiene que ser el núcleo ni la inspiración de una época evangelizadora, orientada a romper el cerco cultural del cristianismo y a abrir nuevos espacios a la fe. Restaurar los usos externos de los años pasados no es lo mismo que recuperar la fuerza espiritual y la eficacia transformadora de las convicciones religiosas de los primeros cristianos. Tengo la impresión de que no se quiere reconocer esta situación de descristianización generalizada. Es preciso fortalecer la fe de los cristianos. Tenemos que aprender a vivir todos como miembros de una Iglesia verdaderamente evangelizadora y misionera. No podemos aceptar como normal la situación actual en la que tantos cristianos desertan de la Iglesia, en la que las generaciones jóvenes crecen en un mundo prácticamente ateo, sin una relación vital con la persona de Jesucristo ni con el Dios de la salvación. Todos los demás problemas que podamos señalar, por importantes que nos parezcan, son secundarios en relación con esta tarea primordial de la evangelización. Tenemos que ver cómo podemos llevar el Evangelio de Jesús a los ateos, a los indiferentes, a los agnósticos, pero también a los protestantes, a los musulmanes, a los budistas, a los animistas que viven con nosotros.
La presentación del Evangelio de Jesús tiene que producir en los oyentes una verdadera crisis de conversión. Crisis que es juicio sobre la vida anterior, esa vida normal que malgastamos dejándonos absorber y dominar por las cosas y los afanes de este mundo. Son pocas las actividades pastorales que buscan realmente esta conversión. Nos olvidamos de que la vida cristiana comienza con la conversión personal, o bien damos por supuesto que esta conversión quedó hecha anteriormente.
Tenemos que comenzar de nuevo.
Más información sobre el libro "Evangelizar" (424 páginas, 19.00 €) en
http://www.ediciones- encuentro.es
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No podemos decir ya que la sociedad española es una sociedad católica. Hay muchos bautizados que no piensan ni viven de acuerdo con su Bautismo. Otros muchos han abandonado explícitamente la fe bautismal. Otros rechazan elementos de la doctrina católica, ya sean dogmáticos o morales. En algunas ciudades, es frecuente encontrar familias que no bautizan a sus hijos... Está claro que no podremos cambiar las cosas de la noche a la mañana, pero, con la ayuda de Dios y nuestra colaboración entusiasta, sí podemos cambiar la tendencia y comenzar una nueva era que llegue a su esplendor cuando Dios quiera. La urgencia resulta más apremiante si tenemos en cuenta que lo que ahora ocurre en Occidente es muy probable que pase en pocos años a otros continentes menos afectados hoy por el secularismo. No nos engañemos, nadie se librará de pasar la crisis de la confrontación con la modernidad laicista.
No hemos logrado despertar en nuestras Iglesias un movimiento auténticamente evangelizador. Lo que sí se percibe es una reacción al proceso secularizador y descristianizador, de tipo restauracionista y formalista que, si en algunas cosas puede estar justificada, no coincide con lo que tiene que ser el núcleo ni la inspiración de una época evangelizadora, orientada a romper el cerco cultural del cristianismo y a abrir nuevos espacios a la fe. Restaurar los usos externos de los años pasados no es lo mismo que recuperar la fuerza espiritual y la eficacia transformadora de las convicciones religiosas de los primeros cristianos. Tengo la impresión de que no se quiere reconocer esta situación de descristianización generalizada. Es preciso fortalecer la fe de los cristianos. Tenemos que aprender a vivir todos como miembros de una Iglesia verdaderamente evangelizadora y misionera. No podemos aceptar como normal la situación actual en la que tantos cristianos desertan de la Iglesia, en la que las generaciones jóvenes crecen en un mundo prácticamente ateo, sin una relación vital con la persona de Jesucristo ni con el Dios de la salvación. Todos los demás problemas que podamos señalar, por importantes que nos parezcan, son secundarios en relación con esta tarea primordial de la evangelización. Tenemos que ver cómo podemos llevar el Evangelio de Jesús a los ateos, a los indiferentes, a los agnósticos, pero también a los protestantes, a los musulmanes, a los budistas, a los animistas que viven con nosotros.
La presentación del Evangelio de Jesús tiene que producir en los oyentes una verdadera crisis de conversión. Crisis que es juicio sobre la vida anterior, esa vida normal que malgastamos dejándonos absorber y dominar por las cosas y los afanes de este mundo. Son pocas las actividades pastorales que buscan realmente esta conversión. Nos olvidamos de que la vida cristiana comienza con la conversión personal, o bien damos por supuesto que esta conversión quedó hecha anteriormente.
Tenemos que comenzar de nuevo.
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