sábado, 20 de noviembre de 2010

¿La Iglesia no cambia?
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 20 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título "¿La Iglesia no cambia?".

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VER
Un comentarista de un diario nacional de izquierda publicó un artículo al que tituló: La Iglesia no cambia. Y para legitimar su aserto, trae a colación la inquisición y la cercanía con algunas dictaduras, así como la oposición del Papa y de nuestra jerarquía al aborto, los anticonceptivos, el condón, la homosexualidad, los "matrimonios" entre personas del mismo sexo, las relaciones sexuales fuera del matrimonio, la libertad de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, etc. Dice: La Iglesia católica sigue insistiendo en la imposición de sus obsoletos valores religiosos en la esfera pública... No ha querido entender lo que la mayoría de la gente desea en su vida cotidiana..., razón por la cual pierde adeptos y aceptación entre las nuevas generaciones".
Hace como dos años, una organización que se califica a sí misma como católica, sin serlo, hizo una encuesta sobre qué tantos católicos aceptan los preceptos morales que predicamos. Como un buen porcentaje respondió negativamente, deduce que debemos cambiar esas normas y ajustarnos a lo que la gente vive y piensa en la actualidad.
JUZGAR
¿Podemos cambiar la fe y la moral católicas al gusto de la gente? ¿Lo que hace hoy la mayoría es norma de conducta? ¿Qué podemos y debemos cambiar, y qué no?
Sí debemos cambiar nuestras conductas inconformes con el Evangelio. Ser más justos, prudentes, sabios, servidores, amables y pacientes, es una exigencia permanente de nuestra vocación. Luchar más por la vida digna de los pobres, por el cambio de estructuras sociales y políticas injustas, por los derechos fundamentales de hombres y mujeres, es un signo de coherencia con nuestra consagración. Si en algún momento, pasado o presente, nos hemos atado a personas o sistemas opresores, al abuso de poder, hemos de convertirnos. Si hemos cometido injusticias, infidelidades, arbitrariedades, vamos en contra de lo que predicamos. En esto sí debemos cambiar; si no cambiamos, traicionamos a Jesucristo y la misión que nos encomendó.
Pero lo que no podemos cambiar es lo prescrito directamente por Dios. Nunca aprobaremos el aborto provocado, ni la eutanasia, pues Dios ordenó explícitamente no matar a ningún ser humano. No aplaudiremos la homosexualidad, pues Dios hizo sólo dos sexos bien diferenciados y en la Biblia se la considera como una aberración antinatural. Debemos respetar a quienes abortan y tienden tendencias homosexuales, pues son seres humanos, pero no podemos ni debemos considerar esto como un derecho, como algo normal, por encima de una moral natural, que está en la base de la moral social. San Pablo considera estas tendencias como fruto de haberse alejado de Dios, como una pretensión de hacerse dioses, criterio último y definitivo de moralidad, sólo por justificar las propias pasiones.
Si por mantenernos fieles a los dictados de Dios, que todos son para el bien de la humanidad, algunos se alejan de la Iglesia, nos duele y nos preocupa, pero no es razón para que debamos cambiar de camino. Si por insistir en la propuesta de Dios para la vida, para la familia, para la sexualidad y para la sociedad, muchos critican al Papa, le ofenden durante sus viajes, le ridiculizan y le tildan de reaccionario, nosotros le aplaudimos y le agradecemos por su valentía y su firme decisión de proponer al mundo la persona y los valores de Jesucristo, como verdadero y único camino de Vida plena. Si por lo mismo nos critican a nosotros, eso no nos arredra, sino que nos confirma que vamos por el buen camino. Si buscáramos el aplauso de la opinión pública, o de los abortistas y homosexuales, entonces sí deberíamos cambiar de ministerio, pues habríamos traicionado el Evangelio.
ACTUAR
Profundicemos más nuestra fe, arraigados y cimentados en Jesucristo. Que nada ni nadie nos aparte de El. Aunque no seamos populares, aunque nos ofendan, mantengámonos firmes en el camino de felicidad que El nos ha mostrado. Soportemos la cruz de las burlas y del rechazo mediático, para que quienes en verdad anhelan una vida digna, los pobres y sencillos de corazón, encuentren, por nuestro servicio, un camino seguro de paz y de plenitud.

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