CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 13 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito Giovanni Maria Vian, director de "L'Osservatore Romano" sobre la visita de Benedicto XVI a Santiago de Compostela y Barcelona, que tuvo lugar entre el 6 y el 7 de noviembre.
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Un viaje histórico por su importancia y simbólico por su significado el que Benedicto XVI ha realizado a España, por segunda vez en menos de cinco años. Gracias a la visita de dos ciudades que expresan la realidad diversificada de un gran país, fuertemente arraigado en la tradición cristiana y que hoy, aunque ampliamente secularizado, ha sabido acoger al Papa con simpatía y escucharlo con atención. Una simpatía y una atención demostradas de modo público por el soberano y por la reina, por los príncipes de Asturias, por el presidente del Gobierno y por las autoridades nacionales y regionales. Además de, naturalmente, por toda la Iglesia, que se confirma una realidad vital y viva en la sociedad española.
El itinerario del Romano Pontífice, que tocó Santiago de Compostela y Barcelona, quiso unir simbólicamente la historia del país y sostener su apertura actual ante todo a Europa, pero también a los demás continentes. A los españoles, pero hablando a todo el mundo, el Papa recordó con fuerza sobre todo el significado de la fe cristiana, en cuyo punto de partida no se halla un proyecto humano sino Dios mismo, que habita en lo íntimo del corazón de toda persona. Es una tragedia -dijo Benedicto XVI en la homilía de Santiago, delante de la maravillosa catedral románica y barroca- que en el continente europeo, sobre todo a lo largo del siglo XIX, se afirmase y se divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Frente a esta negación, casi incomprensible, es necesario en cambio que Dios, "sol de las inteligencias", vuelva bajo los cielos de Europa, continente que a su vez debe abrirse a la trascendencia.Y como la imagen crucificada de Cristo está en las encrucijadas de los caminos que llevan a Compostela -donde es más que milenaria la memoria del apóstol Santiago-, así la "cruz bendita" debe brillar en las tierras europeas, exclamó el Papa, que inmediatamente después proclamó la "gloria del hombre", deseando que la Europa de la ciencia y de la cultura se abra a la trascendencia.
La apertura a Dios volvió en las palabras de Benedicto XVI en Barcelona, cuando dedicó el templo expiatorio nacido de la visión genial de Antoni Gaudí y durante la visita que quiso realizar al "Nen Déu", la obra dedicada al Niño Jesús, para abrazar con ternura a sus niños y jóvenes, alentando a quienes los asisten. El Papa definió la inmensa mole de piedra de la Sagrada Familia, casi un bosque admirable de columnas que se transforman en movimiento, como realidad sacramental, "signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz". Santuario de Dios, como lo es toda persona humana. Por esto es sagrada, y por esto -no por hostilidad hacia el hombre y su libertad- la Iglesia, que se funda únicamente en Cristo, desea medidas en apoyo de la familia y se opone a toda forma de negación de la vida.
Con este viaje a España el Sucesor de Pedro mostró todavía con más claridad el sentido de su camino y del de la Iglesia: presentar al mundo a Dios, que es amigo de los hombres, e invitarlos a su casa. Una casa cuya belleza se ve de alguna forma reflejada por el Pórtico de la gloria que acoge a los peregrinos que llegan a Compostela, y en Barcelona por ese bosque de Dios que Gaudí, artista visionario y cristiano auténtico, quiso que se levantara en el centro de la ciudad de los hombres. Para que miren a su presencia entre ellos, contemplen su inexpresable maravilla y sepan acogerlo.
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Un viaje histórico por su importancia y simbólico por su significado el que Benedicto XVI ha realizado a España, por segunda vez en menos de cinco años. Gracias a la visita de dos ciudades que expresan la realidad diversificada de un gran país, fuertemente arraigado en la tradición cristiana y que hoy, aunque ampliamente secularizado, ha sabido acoger al Papa con simpatía y escucharlo con atención. Una simpatía y una atención demostradas de modo público por el soberano y por la reina, por los príncipes de Asturias, por el presidente del Gobierno y por las autoridades nacionales y regionales. Además de, naturalmente, por toda la Iglesia, que se confirma una realidad vital y viva en la sociedad española.
El itinerario del Romano Pontífice, que tocó Santiago de Compostela y Barcelona, quiso unir simbólicamente la historia del país y sostener su apertura actual ante todo a Europa, pero también a los demás continentes. A los españoles, pero hablando a todo el mundo, el Papa recordó con fuerza sobre todo el significado de la fe cristiana, en cuyo punto de partida no se halla un proyecto humano sino Dios mismo, que habita en lo íntimo del corazón de toda persona. Es una tragedia -dijo Benedicto XVI en la homilía de Santiago, delante de la maravillosa catedral románica y barroca- que en el continente europeo, sobre todo a lo largo del siglo XIX, se afirmase y se divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Frente a esta negación, casi incomprensible, es necesario en cambio que Dios, "sol de las inteligencias", vuelva bajo los cielos de Europa, continente que a su vez debe abrirse a la trascendencia.Y como la imagen crucificada de Cristo está en las encrucijadas de los caminos que llevan a Compostela -donde es más que milenaria la memoria del apóstol Santiago-, así la "cruz bendita" debe brillar en las tierras europeas, exclamó el Papa, que inmediatamente después proclamó la "gloria del hombre", deseando que la Europa de la ciencia y de la cultura se abra a la trascendencia.
La apertura a Dios volvió en las palabras de Benedicto XVI en Barcelona, cuando dedicó el templo expiatorio nacido de la visión genial de Antoni Gaudí y durante la visita que quiso realizar al "Nen Déu", la obra dedicada al Niño Jesús, para abrazar con ternura a sus niños y jóvenes, alentando a quienes los asisten. El Papa definió la inmensa mole de piedra de la Sagrada Familia, casi un bosque admirable de columnas que se transforman en movimiento, como realidad sacramental, "signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz". Santuario de Dios, como lo es toda persona humana. Por esto es sagrada, y por esto -no por hostilidad hacia el hombre y su libertad- la Iglesia, que se funda únicamente en Cristo, desea medidas en apoyo de la familia y se opone a toda forma de negación de la vida.
Con este viaje a España el Sucesor de Pedro mostró todavía con más claridad el sentido de su camino y del de la Iglesia: presentar al mundo a Dios, que es amigo de los hombres, e invitarlos a su casa. Una casa cuya belleza se ve de alguna forma reflejada por el Pórtico de la gloria que acoge a los peregrinos que llegan a Compostela, y en Barcelona por ese bosque de Dios que Gaudí, artista visionario y cristiano auténtico, quiso que se levantara en el centro de la ciudad de los hombres. Para que miren a su presencia entre ellos, contemplen su inexpresable maravilla y sepan acogerlo.
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