Jóvenes convencidos de que el verdadero amor espera
Los frutos que ha traído la promesa de castidad en Guayaquil - Ecuador
GUAYAQUIL, martes 16 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- ¿Represión? ¿mito medieval?, no pocas veces esta es la definición que recibe el término de castidad. Sin embargo, existen personas que lo ven más bien como un “estar rectamente encaminado”, como lo describió a ZENIT la joven ecuatoriana María Renata Delgado de 17 años.
Anualmente unos 5.000 jóvenes en la ciudad de Guayaquil (Ecuador) realizan la denominada Promesa de Castidad en la que se comprometen a vivir pureza y a poner todos los medios para abstenerse de las relaciones sexuales antes del matrimonio.
“En este siglo, vivir la castidad es muy significativo para mí puesto que es una gran virtud y un gran don que hablan mucho de mi dignidad y de una afirmación del verdadero amor”, dice María Renata.
La iniciativa ha sido impulsada por la archidiócesis de Guayaquil, junto con algunos movimientos eclesiales como Lazos de amor mariano, Schoenstatt, Movimiento de Vida Cristiana, Regnum Christi, Cursillos de Cristiandad, el Camino Neocatecumenal, entre otros.
Virtud necesaria
“El período del noviazgo, fundamental para formar una pareja, es un tiempo de espera y de preparación, que se ha de vivir en la castidad de los gestos y de las palabras”, dijo el Papa Benedicto XVI durante el mensaje de la Jornada Mundial de la juventud de 2007.
“Esto permite madurar en el amor, en el cuidado y la atención del otro”, señaló en aquel entonces el Pontífice “ayuda a ejercitar el autodominio, a desarrollar el respeto por el otro” elementos que se convierten en “características del verdadero amor que no busca en primer lugar la propia satisfacción ni el propio bienestar”.
Sobre el tema, ZENIT consultó con el padre Enrique Granados, quien parte de su ministerio sacerdotal lo dedica a la pastoral con los jóvenes del Movimiento de Vida Cristiana.
“Siempre pongo un ejemplo de un chico o una chica que tienen relaciones con una y otra persona, es como una cinta adhesiva que la pego y la despego”, dijo.
“Cuando la despego me llevo parte del tejido epitelial y de lo más externo que hay en mí”, señaló. “Pero cuando yo la despego ya no se va a adherir”, ilustró el sacerdote.
“Lo mismo pasa con las personas que tienen relaciones con varias personas”, indicó “cuando ya quieren amar y comprometerse con alguien les es muy difícil y en algunos casos hasta imposible”, aseguró el padre Granados.
Signos de contradicción y esperanza
Para conocer sobre los frutos que esta iniciativa ha dejado en la vida de estos jóvenes, ZENIT habló con algunos de ellos:
“Yo creo que estamos en un mundo que nos lleva a la sensualidad y nos impulsa tanto al hedonismo, que no podemos andar como si nada nos fuera a pasar”, dijo Nicolás Romero. “Por eso nuestra postura como católicos debe ser de un valiente rechazo ante todos esos males y no existe mejor forma de concretarlo que con una promesa a Dios de castidad”, aseguró este joven de 17 años.
Para María Cristina Jaramillo Almea, la fidelidad a esta promesa “nos exige a los jóvenes cultivar día a día un amor que va mas allá del placer, nos exige un amor profundo y centrado en Dios”.
Por su parte, Kristina Hjelkrem de 17 años, ve la vivencia de esta virtud como “una forma de combatir la crisis del mundo y de ser esperanza para otros jóvenes”. De otro lado, Jeffry Naranjo Samaniego, de 17 años ve en este grupo a “jóvenes que marcamos la diferencia, que somos signos de contradicción y esperanza, y me alegro de todo corazón de formar parte del cambio”.
Mayor disciplina y claridad
Oscar Henk de 16 años, dijo que vivir la castidad le ayuda a “aprender a valorarme como persona e hijo de Dios que soy”. Y compartió algunos frutos que esta práctica le ha traído: “he aprendido a llevar una actitud mucho más madura en algunos lugares como fiestas o las casas de mis amigos”.
Confesó además que la vida casta “me esta ayudando a discernir mi vocación”, ya que “mi inteligencia, voluntad, afectos y sentimientos aprendo a dominarlos y así tener un orden en mi vida, obtener aquel silencio y escuchar lo que Dios me dice cada día”.
“Dios me ha dado todo es esta vida y creo que una forma de ser correspondido con Él es vivir la castidad día a día e ir en contra de la corriente del mundo”, dice Oscar para quien el paradigma pleno de castidad es la Virgen María.
“Por eso todas las mañanas rezo un rosario y consagro mi día a la María para que me ayude a caminar por las sendas del amor, la verdad y la castidad; y así escuchar Dios, responderle, y ser santo, que es el anhelo que se encuentra en lo profundo de mi corazón”, concluyó el joven.
Así son muchos los jóvenes que en esta diócesis ecuatoriana viven coherentemente con aquellas palabras que Juan Pablo II pronunció durante el Angelus del 6 de julio de 2003, cuando se clausuraban las celebraciones del centenario de la muerte de Santa María Goretti:
“Hoy se exalta con frecuencia el placer, el egoísmo, o incluso la inmoralidad, en nombre de falsos ideales de libertad y felicidad”, dijo el papa.
“Es necesario reafirmar con claridad que la pureza del corazón y del cuerpo debe ser defendida, pues la castidad «custodia» el amor auténtico” aseguró el Pontífice.
Anualmente unos 5.000 jóvenes en la ciudad de Guayaquil (Ecuador) realizan la denominada Promesa de Castidad en la que se comprometen a vivir pureza y a poner todos los medios para abstenerse de las relaciones sexuales antes del matrimonio.
“En este siglo, vivir la castidad es muy significativo para mí puesto que es una gran virtud y un gran don que hablan mucho de mi dignidad y de una afirmación del verdadero amor”, dice María Renata.
La iniciativa ha sido impulsada por la archidiócesis de Guayaquil, junto con algunos movimientos eclesiales como Lazos de amor mariano, Schoenstatt, Movimiento de Vida Cristiana, Regnum Christi, Cursillos de Cristiandad, el Camino Neocatecumenal, entre otros.
Virtud necesaria
“El período del noviazgo, fundamental para formar una pareja, es un tiempo de espera y de preparación, que se ha de vivir en la castidad de los gestos y de las palabras”, dijo el Papa Benedicto XVI durante el mensaje de la Jornada Mundial de la juventud de 2007.
“Esto permite madurar en el amor, en el cuidado y la atención del otro”, señaló en aquel entonces el Pontífice “ayuda a ejercitar el autodominio, a desarrollar el respeto por el otro” elementos que se convierten en “características del verdadero amor que no busca en primer lugar la propia satisfacción ni el propio bienestar”.
Sobre el tema, ZENIT consultó con el padre Enrique Granados, quien parte de su ministerio sacerdotal lo dedica a la pastoral con los jóvenes del Movimiento de Vida Cristiana.
“Siempre pongo un ejemplo de un chico o una chica que tienen relaciones con una y otra persona, es como una cinta adhesiva que la pego y la despego”, dijo.
“Cuando la despego me llevo parte del tejido epitelial y de lo más externo que hay en mí”, señaló. “Pero cuando yo la despego ya no se va a adherir”, ilustró el sacerdote.
“Lo mismo pasa con las personas que tienen relaciones con varias personas”, indicó “cuando ya quieren amar y comprometerse con alguien les es muy difícil y en algunos casos hasta imposible”, aseguró el padre Granados.
Signos de contradicción y esperanza
Para conocer sobre los frutos que esta iniciativa ha dejado en la vida de estos jóvenes, ZENIT habló con algunos de ellos:
“Yo creo que estamos en un mundo que nos lleva a la sensualidad y nos impulsa tanto al hedonismo, que no podemos andar como si nada nos fuera a pasar”, dijo Nicolás Romero. “Por eso nuestra postura como católicos debe ser de un valiente rechazo ante todos esos males y no existe mejor forma de concretarlo que con una promesa a Dios de castidad”, aseguró este joven de 17 años.
Para María Cristina Jaramillo Almea, la fidelidad a esta promesa “nos exige a los jóvenes cultivar día a día un amor que va mas allá del placer, nos exige un amor profundo y centrado en Dios”.
Por su parte, Kristina Hjelkrem de 17 años, ve la vivencia de esta virtud como “una forma de combatir la crisis del mundo y de ser esperanza para otros jóvenes”. De otro lado, Jeffry Naranjo Samaniego, de 17 años ve en este grupo a “jóvenes que marcamos la diferencia, que somos signos de contradicción y esperanza, y me alegro de todo corazón de formar parte del cambio”.
Mayor disciplina y claridad
Oscar Henk de 16 años, dijo que vivir la castidad le ayuda a “aprender a valorarme como persona e hijo de Dios que soy”. Y compartió algunos frutos que esta práctica le ha traído: “he aprendido a llevar una actitud mucho más madura en algunos lugares como fiestas o las casas de mis amigos”.
Confesó además que la vida casta “me esta ayudando a discernir mi vocación”, ya que “mi inteligencia, voluntad, afectos y sentimientos aprendo a dominarlos y así tener un orden en mi vida, obtener aquel silencio y escuchar lo que Dios me dice cada día”.
“Dios me ha dado todo es esta vida y creo que una forma de ser correspondido con Él es vivir la castidad día a día e ir en contra de la corriente del mundo”, dice Oscar para quien el paradigma pleno de castidad es la Virgen María.
“Por eso todas las mañanas rezo un rosario y consagro mi día a la María para que me ayude a caminar por las sendas del amor, la verdad y la castidad; y así escuchar Dios, responderle, y ser santo, que es el anhelo que se encuentra en lo profundo de mi corazón”, concluyó el joven.
Así son muchos los jóvenes que en esta diócesis ecuatoriana viven coherentemente con aquellas palabras que Juan Pablo II pronunció durante el Angelus del 6 de julio de 2003, cuando se clausuraban las celebraciones del centenario de la muerte de Santa María Goretti:
“Hoy se exalta con frecuencia el placer, el egoísmo, o incluso la inmoralidad, en nombre de falsos ideales de libertad y felicidad”, dijo el papa.
“Es necesario reafirmar con claridad que la pureza del corazón y del cuerpo debe ser defendida, pues la castidad «custodia» el amor auténtico” aseguró el Pontífice.
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